temporada de narices frías temporada de narices frías
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30.9.09

i love coke!

Me encanta la coca cola, con sus burbujas, su fama innegable de imagen pop cerdo/imperialista y su good bye, shau, shau Lenin en TV.

y si está acopañada de hielo y un par de cigarrillos, me derrito...

25.9.09

Matilda, los helados y su boquita de sonrisas

Matilda es una muñequita mimada, es una niña de esas que creen que un te amo es para siempre y que el helado de fresa sirve sólo para sonreír.

Por eso Lawliet la quiere los domingos, porque en su boquita hay mil sonrisas, y más de alguna es para él.

17.9.09

No me atraparán dos veces con la misma red

Después de tanto circo, amor y sexo, las desilusiones no se hicieron esperar, y duraron ¿Qué?, ¿dos meses? Luego de la mala imagen que me hiciste junto aquellos jueces absurdos de tu llanto (pues sí, soy malo, mentiroso, irónico, frío y… ¿Qué más?, ¿enfermo, loco?), las noticias se quisieron acabar.

Ya era mucho tener que lidiar con los recuerdos, besos, mentiras, besos, rencores y más besos que hicieron de fantasmas en mi pequeño escenario de neuronas locas y pastillas de 50 ml para la ansiedad, que dos meses me parecieron realmente poco, justo y necesario.

Pues no. No te contentaste con dos hojas enteras del calendario que cuelgo en mi pared. Quisiste más. Esperaste un tiempo y me mostraste que el rencor hace pedazos, cinismo y hasta poesía del nombre que persigue.

De forma dolida, ¿sabia? y elegante, escribiste un par de líneas mencionándome, entre otros/as, como un clown de ojos perdidos, sentimientos pasajeros y patético hasta el hueso más humano que encontraste alguna vez en mi. Confesando haber sido fría, mala y egoísta, increíblemente a los ojos que leyeron tus palabras les pareció el relato triste, heroico, maduro y amargado de un corazón maltrecho y arrugado que quería descansar (yo NO fui la excepción). Luego de leer dos veces esa nota, caí en cuenta que había sido escrito un par de años atrás, por un poeta medio muerto que respira entre libros, bibliotecas e internet.

Te pregunto, ¿es necesario seguir con esta guerra fría, en la que solo has peleado tú?, realmente hoy ni me molesta (quizás cinco minutos por la tarde, quince por la noche si el ataque aun está en caliente, mas no), me da risa ser la puta en la lengua de esos, los imbéciles de siempre, tener traje de loco en sus cabezas y todo ese historial.

Esto no lo escribo para que me leas, pues no te lo daré. Es mío y significa que ya no me dejo sepultar. No responderé con odio a la cara estúpida que me mira de pies a cabeza cuando salgo a caminar, ni repartiré sonrisas falsas a los jueces. No mostraré el rencor que compartimos, pero tampoco me lo guardaré.
Simplemente saldré a la calle a ser yo, y si ando de ánimo, ser la puta, el loco y el payaso.

10.9.09

Mandamos un avioncito de papel a Cianotipia.
Con los lápices de cera que guardo en mi bolsón,
Lawliet le dibujó una brújula en el techo
y yo le escribí un cuento en las alas, de esos que se leen para dormir cuando estas lejos.
.
Ya han pasado cinco días desde que partió y no sabemos como está.
Lawliet dice que tal vez se cruzó con una nube llorona, de esas grises que llueven harto,
y como olvidamos dibujarle un paraguas, es posible que esté resfriado .
Yo creo que aun no escribe porque en Cianotipia hay tanto que mirar,
que el tiempo nunca alcanza para todo.

8.9.09

Las galletas de Matilda dejan migajas en los labios Lawliet

Debajo de su cama, Matilda guarda una cajita con galletas de vainilla y chocolate, de esas que te alegran, al menos un poquito, si las acompañas con un tazón de leche tibia al desayuno.
Los jueves, antes de dormir, deja la cajita entreabierta, así, cuando sueña con Lawliet, las comparten entre besos, migajas y sonrisas.

Al despertar, siempre faltan cinco. Matilda dice que Lawliet es comilón, su mamá, que hay ratones en la casa.

7.9.09

Un tren viejo es el que llega hasta anhedonia

Por su cumpleaños número veintidós, Lawliet se obsequió dos pasajes en tren, uno de ida hasta Anhedonia, para pasear por las veredas tristes de la calle Chapman, y otro de vuelta, para no olvidarse de lo lindo que es reír.

No creo que Lawliet lleve mucho dinero, siempre que viaja, el tren le obsequia placas viejas de recuerdo, que después cambia en el mercado por un par de cigarrillos y una taza de café. Este es uno de esos viajes de maleta chica, no hay espacio para suvenires.