temporada de narices frías temporada de narices frías
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30.10.09

Cuando ni la trivialidad de la tv, las hojas de los diarios, ni el cigarro ni el café te hacen compañía debes pensar. Pensar, un acto cada vez más necesario en tiempos de horas que no son horas, sino minutos, individualismo y relaciones (poco) satisfactorias de servicio exprés, puede resultarnos un arma de doble filo. Y si a esto le agregamos el peso de la incertidumbre de un futuro y la presencia ingrata de tu soledad, créeme, es probable que te des contra el suelo.
Lo curioso es ¿Por qué te levantas si vuelves a tropezar?…

26.10.09

sopaipillas

De lunes a viernes, el temblor en los huesos de pelusa me despierta. Los ojos se me pierden soñolientos en el vaso que descansa en la nevera mientras ella me muestra los pasos que me separan de su caja de leche. Aun dormido, llego al refri, le sirvo la leche en su vaso, y la dejo en una esquina del mantel.

De sábado a domingo para mi no hay temblores, no hay ojos dormilones, para mi no hay ni pelusa ni mantel. La muy fresca se va con un gato que la invita a comer sopaipillas afuera del metro republica.

20.10.09

Naftalina

Caminando entre todas esas caras extrañas, ajenas al ojo, a la polaroid, ajenas a cada recuerdo que conservaba en la memoria, pensó que lo mejor sería escapar, alejarse del gentío, refugiarse donde solo aquella persona podría encontrarlo. Quizás, si no se hubiese rendido ante la angustia ingrata que le hundía sus uñas negras en la carne, que le arrancaba de a pequeños mordiscos la piel, habría recordado que la chica que esperaba murió en un ataque de ira incomprensible, de rencor, de egoísmo brutal y falsedades, quedando en pie sólo un envase a medio llenar, un trozo de carne que hace de edén a cada mosca, un cuerpo, un sexo, un rostro, igual a todos los demás.

Se encontró frente a frente con los siete pasos que daban al ropero, y uno a uno, los fue dejando atrás. Estaba oscuro así que sus manos tomaron el lugar que acostumbraba darle a cada ojo. Caminó entre chaquetas viejas, vestidos agujereados con olor a naftalina y no paró hasta tropezarse con un par de botas sucias que dormían a sus pies. Una vez en el suelo, notó que las uñas ya no se incrustaban en su piel, la boca amarga ya no daba mordiscos en su cuerpo. Se había ido, jamás pudo cruzar el umbral. Ahora el tacto suave y frio de la soledad tocaba sus heridas. Sentado entre polvo, pelusas, una que otra moneda perdida que había caído al suelo del bolsillo de algún pantalón, podía abrir la caja que llevaba en su pecho y dejar salir a todos sus demonios. En la oscuridad, en la ausencia de otros ojos, lejos de la ciudad y todos sus espejos, podía descansar. Podía colgar las apariencias, despojarse de kilos y kilos de absurda moralidad que la gente acostumbra regalarnos al nacer.
Entre ropas de ocasión, teñidas formales e informales, daba igual ser mujer u hombre, los rostros se desvanecían, cada palabra que pudo o no, salir de su boca, escaparon, dejando entre los dientes, su significado.

Tomó una pastilla gastada y la dejó sobre su corazón. Hirviendo a 87º c, La naftalina se inflamó. Los demonios se vistieron, y la soledad apagó el fuego de su pecho con los labios.


* este ya lo había publicado hace un tiempo aquí, pero lo borré para poder concursar en el Concurso ''Relatos de Colección''...

y ¿les cuento?...gané!! (entre mucha otra gente... pero bueno...)

19.10.09

Encuentro más nostalgia, estilo y poesía al escribir mil novecientos y algo, que al escribir dos mil y tanto. Supongamos que es cosa de costumbre…

Negación

Es el 19 de octubre del 2006 y en el último asiento de algún bus, una pareja se quema entre abrazos, cariños y besos con sabor a chocolate. Pero, lo juro, yo no estoy ahí.

12.10.09

Solo son...

Amores de papel, de esos que no nos pintan de rojo el corazón…

6.10.09

Do przyjaciela

Eran las tres y cinco a.m. y el cielo parecía llover estrellas. El susurro del rió en mis orejas y un faso de boca en boca cerraban el telón surrealista de esa noche. Ya el ron no era necesario. Nunca lo es cuando traes de esos cigarrillos que te hacen ver más lento, más distante. Entonces, dibujamos dos sonrisas en las caras del espejo.


Me fue imposible saber lo que pensabas, y sin embargo te mostré las heridas que llevo atadas en el brazo, justo cuando nadie mas quería acercarse para mirar estabas tú. Me hiciste reír y levantarme, soñar y desilusionarme. Llevando litros de bencina en las neuronas, tropezándome en cada esquina con el fantasma de algún cuerpo (de esos que aun huelen a muerto), confesando que hay canciones que nos hacen llorar, siempre puedes olvidar.

Y los imbéciles de siempre que nos vuelvan a mirar, bien me dijiste que ladran, ladran y ladran, pero jamás podrán morder, ¡es que no tienen dientes!

Y… ¿sabes algo?, ahora ellos son los payasitos de mi circo de cristal.