temporada de narices frías temporada de narices frías
temporada de narices frías temporada de narices frías
temporada de narices frías temporada de narices frías


20.10.09

Naftalina

Caminando entre todas esas caras extrañas, ajenas al ojo, a la polaroid, ajenas a cada recuerdo que conservaba en la memoria, pensó que lo mejor sería escapar, alejarse del gentío, refugiarse donde solo aquella persona podría encontrarlo. Quizás, si no se hubiese rendido ante la angustia ingrata que le hundía sus uñas negras en la carne, que le arrancaba de a pequeños mordiscos la piel, habría recordado que la chica que esperaba murió en un ataque de ira incomprensible, de rencor, de egoísmo brutal y falsedades, quedando en pie sólo un envase a medio llenar, un trozo de carne que hace de edén a cada mosca, un cuerpo, un sexo, un rostro, igual a todos los demás.

Se encontró frente a frente con los siete pasos que daban al ropero, y uno a uno, los fue dejando atrás. Estaba oscuro así que sus manos tomaron el lugar que acostumbraba darle a cada ojo. Caminó entre chaquetas viejas, vestidos agujereados con olor a naftalina y no paró hasta tropezarse con un par de botas sucias que dormían a sus pies. Una vez en el suelo, notó que las uñas ya no se incrustaban en su piel, la boca amarga ya no daba mordiscos en su cuerpo. Se había ido, jamás pudo cruzar el umbral. Ahora el tacto suave y frio de la soledad tocaba sus heridas. Sentado entre polvo, pelusas, una que otra moneda perdida que había caído al suelo del bolsillo de algún pantalón, podía abrir la caja que llevaba en su pecho y dejar salir a todos sus demonios. En la oscuridad, en la ausencia de otros ojos, lejos de la ciudad y todos sus espejos, podía descansar. Podía colgar las apariencias, despojarse de kilos y kilos de absurda moralidad que la gente acostumbra regalarnos al nacer.
Entre ropas de ocasión, teñidas formales e informales, daba igual ser mujer u hombre, los rostros se desvanecían, cada palabra que pudo o no, salir de su boca, escaparon, dejando entre los dientes, su significado.

Tomó una pastilla gastada y la dejó sobre su corazón. Hirviendo a 87º c, La naftalina se inflamó. Los demonios se vistieron, y la soledad apagó el fuego de su pecho con los labios.


* este ya lo había publicado hace un tiempo aquí, pero lo borré para poder concursar en el Concurso ''Relatos de Colección''...

y ¿les cuento?...gané!! (entre mucha otra gente... pero bueno...)

5 comentarios:

  1. yo quisiera poder abrir la caja de mi pecho y dejar salir todos mis demonios, pero me acojono... vamos que me da miedo.

    "kilos y kilos de absurda moralidad que la gente acostumbra regalarnos al nacer" qué gran verdad...

    me alegro infinitamente de que te llegue lo que escribo, pero a la vez me entristece porque eso implica que algo ahí dentro te duele también.

    Besos de chocolate :3

    ResponderEliminar
  2. Esta muy bueno che.

    Éxitos.

    ResponderEliminar
  3. Felicitaciones, entonces.

    ResponderEliminar
  4. la soledad..la noche...tu closet...te entiendo perfecto...
    es increible como escribes...
    tk...

    ResponderEliminar